Martes 5 de Mayo de 2020

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Gente del turf

FANTÁSTICA FOTOGRAFÍA DE TIEMPO ATRÁS. EL GRAN VILMAR SANGUINETTI, EL MAGO DE CAPITÁN SARMIENTO, JUAN BIANCHI Y LA MARAVILLOSA, GENIAL, MARINA LEZCANO.

copia

por Osvaldo Martinez

UNO DE LOS MEJORES JINETES DE TODOS LOS TIEMPOS, VILMAR “EL TOPO” SANGUINETTI, EL ENTRENADOR EXITOSO DON JUAN ESTEBAN BIANCHI Y LA ALEGRE, BONITA, LEJOS “LA MEJOR”, MARINA LEZCANO, EN UNA REUNIÓN EN EL HIPÓDROMO ARGENTINO DE PALERMO.

Cuando encontré la foto adentro de un sobre, papel marrón, bastante ajado, que decía regalo para Osvaldo Martínez, tu amigo Orsi, casi me muero. La guardé, tan bien, tan bien, que recién salió a la luz, y lo primero que hice fue pensar de compartirla con todos mis lectores. Qué podemos decir de Vilmar Sanguinetti, tremendo Jockey, un fenómeno arrancando, muy difícil verlo lejos, corra a quien corriese, se sabía que enseguida de los ruidos de las chapas, el hombre estaba tercero, segundo a medio cuerpo o en la punta. Colocación perfecta, conocedor de todas las pistas, y con un rigor con cambio de látigo y cambio de mano, poderoso, durísimo ganarle en un final. Peleó con Jinetes de enorme nivel, entre otros, todavía recordamos esos duelos a todo o nada con Jorge “El Grande” Valdivieso, nada menos. No se cansó de ganar cotejos jerárquicos y estadísticas. Un fenómeno de las pistas. Cuando rodó estuvo mucho tiempo entre la vida y la muerte, y como yo trabajaba en la Revista Palermo, quedaba cerca de donde estaba internado durante meses lo fui a ver, hasta que salió por esa calle empedrada en busca de su hogar.

Juan Esteban Bianchi, un coloso de la cuida, con enormes maestros de los cuales aprendió mucho, muchísimo, y vaya que sacó grandes campeones. De la milla para arriba, trabajaba para esas distancias, y los caballos trabajados en la brava cuarta pista de San Isidro, eran leones. Físico privilegiado para sus ejemplares, lustrosos, te podías peinar a su paso, pelo de buen pasar, bien comidos y muy bien trabajados. No se le podía ganar. Máxime cuando comenzó su escalada y paso a paso, año tras año, contaba con más Propietarios y con caballos de muchas mejoras sangres. Y eso lo catapultaba a enormes triunfos, cotejos jerárquicos, 2 años, 3 y 4 en su esplendor. Sacaba máquinas de correr, que soltaban músculos en la pista más difícil de San Isidro, para luego correr en la arena de Palermo, que eran un billar. Ya en esa época era “La Alfombra Dorada” la pista del escenario de Avenida Libertador, creo, la mejor cancha de arena del mundo. Había que ganarle, pero era casi imposible en su gran momento.

Y nos queda la gran figura del Turf Argentino, la mejor Jockey de todos los tiempos, sin ninguna duda. Claro que corría aviones, pero a esos caballos había que hacerlos correr igual que a todos los otros. Había que largar bien, una de las mejores en el momento en que se abrían, las puertas, siempre bien acomodada en el desarrollo, y ni hablar cuando tomaba la punta, casi imbatible. En una oportunidad, la vi llegar a la balanza con la marcha de la pintura blanca de los “palos” que eran de cemento. Supo vencer en Grandes Premios, de adelante, de atrás y en el medio, no se movía ni un milímetro en la silla del caballo, su carita se veía entre las orejas del caballo durante todo el tiro derecho final. Todavía recuerdo, invitada a una jornada de Campeonato de Jockeys, muchos, tuve que lidiar con los tiradores de palos en las ruedas, decían que iba a entrar última. Por supuesto que en los sorteos, a veces venís bien colocado y te toca un matungo, le tocaron buenos caballos, salvando el de la carrera final y ganó igual. No hace falta decirles la bandera que hice a su regreso con la Copa, entre los hombres, y qué hombres y qué nombres, y qué Jockeys. También tuve problemas cuando la Revista El Gráfico me pidió haga una nota con los mejores Jockeys del momento. Y si bien nombré a los que en esa época sacaban la chapa a cada rato, la puse a ella entre los primeros escalones del podio. Y con el tiempo, ella cumplió conmigo, fue la mejor corriendo a grandes ejemplares de nuestra hípica. Ella trabajaba los caballos en las mañanas, y se hacía tiempo para volver a las caballerizas para estar un rato más con sus caballos, un terrón de azúcar, una zanahoria, una caricia, un abrazo. Eran una sola figura, Marina y el caballo de carrera.

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