Sábado 5 de Noviembre de 2011

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Gente del turf

LA SEMANA PASADA SE NOS LLEVO A FREDY
Y A MOYA Y EN ESTA, A HORACIO SALERNO

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por Osvaldo Martinez

El día que las nuevas autoridades de San Isidro, subieron al palco de periodistas, titulé la nota LAS CARRERAS DE CABALLOS, ESPECTACULO PARA VER, CON PERIODISTAS QUE SIEMPRE ESTAN. Y tras nombrar a todos los que estaban en el palco, finalice con el recuerdo para Hugo Moya y Fredy López. Sabíamos que estaban muy mal de salud y por ello, mi homenaje ante lo que era irremediable, la muerte. Por comentarios de parientes y amigos cercanos, la enfermedad avanzaba sin remedio y ambos nos dejaron en el término de una semana. Se fueron de viaje, y dejaron de sufrir, gracias a Dios.

Fredy era un gran tipo, muy compañero, cabrón algunas veces, pero era de esas personas que cuando tomaban una responsabilidad, la cumplían a rajatabla. Animador, cantante de una canción, Naranjo en Flor, se rompía el alma por sus compañeros en la Asociación de Periodistas de Turf. Al lado del Presidente, pero en el lugar que nadie quería tomar en sus manos, porque llevaba tiempo y disgustos. Y él ponía el pecho siempre. Hacedor de miles de notas, es factible que no plasmadas en la máquina de escribir en persona, así era, cuando sabía que no lo podía hacer daba un paso al costado, eso sólo lo hacen los inteligentes, a través de sus compañeros de trabajo de La Nación y hasta también de otros medios. Era crítico por excelencia, observador y audaz. Junto con mi hermano Quique, nos hicimos muy compinches en los últimos tiempos de un palco de periodistas abarrotado de profesionales de la escritura y del arte de tomar tiempos. Esas tomaduras de pelo, mutuas, con el gran Lírico, Roberto Dorrego, cuando contaba con tanta gracia las ventas de terrenos por Necochea, cuando el Liricacho veía las carreras de caballos desde la Popular. Divertido, alegre, buen padre. Y por sobre todo, en lo que se refiere a nosotros muy compañero, muy compañero. Un verdadero crack en todas las distancias y en todo momento.

Hugo tenía una personalidad completamente distinta. Incluso se complementaban muy bien en la Asociación y justamente ambos coordinaban sus trabajos para el diario La Nación. Aunque el hombre cuando se enojaba, se enojaba. Un profesional con todas las letras. Todavía, uno que vive de recuerdos a cada rato, tiene fija la imagen en la casilla donde todas las mañanas, en San Isidro, se encontraba con sus amigos, Turilo, Becho y Stanizzi para tomar tiempos y mates. Y ni hablar en los Palcos de Periodistas, principalmente en el de Palermo, cuando presenciaba los partidos ajedrez, entre carrera y carrera, del loco Sarno, Crocce, Campilongo, Nalé y de quien les escribe. En cuanto a su trabajo, además de ser un campeón, les ganaba a las revistas especializadas, del pronóstico, el descubría los caballos buenos. Los que iban a correr los clásicos los tomaba cualquiera, pero el escondido, el tapado, el que no lo conocía nadie, el que los cuidadores lo sacaban a la cancha día por medio con otra manta y con el mismo jockey, pero con pilcha cambiada, esos eran un gran desafío para él. Y de pronto nos enterábamos, pese a que no gritaba, del acierto de Moya, con un caballo que tenía varios ceros o debutaba sin aparente barullo, y pagaba arriba de treinta. Una noble persona, que hacía de la amistad un culto. Un gran hombre.

Y este jueves que pasó, la noticia nos cayó como un balde de agua helada. Lo veíamos tan bien a Horacio Salerno, que a Bettina Rama Piotti le hice repetir un par de veces esa frase, sentida, dolida, de la secretaria de Roberto Bullrich y de Néstor Camino, “el jueves a la mañana murió Horacio”, me dijo. ¡Murió Horacio!. Fue como un cimbronazo, justo que había zafado de una enfermedad que pareció durante mucho tiempo querer arrastrarlo hacia la Chacarita y tomando las mismas palabras de mi hermano Quique en la sección postales, en la nota junto a Dante, a cada rato, entre sonrisas, y con la cara de ese tío que pasó por todas, “Osvaldito, todavía no”. Me decía Osvaldito y yo a estas alturas tengo media tres por total. Si pusiéramos en fila a los miles y miles de personas que pasaron al lado de Horacio y le preguntáramos a cada uno de ellos si alguna vez discutieron o se llevaron mal con él, nadie, pero nadie, diría una sola palabra en contra. Un ser extraordinario, estaba tan agradecido a las autoridades de Palermo. Es que en la vida, no hay mejor cosa que en tu trabajo te den el lugar que uno merece. Que te mimen, que te respeten y que te quieran. Porque Horacio, es uno de los que dio su vida por Palermo y por la hípica. El entregar en los grandes premios el trofeo al jockey era tocar el cielo con las manos. Hay tres cosas en la vida de un hombre que lo hace cambiar en el carácter y el aspecto. Haber encontrado la mujer y el amor deseado, ser respetado en su trabajo y zafar de la muerte. Y últimamente el flaco se paseaba por la Oficial empilchado hasta el mango. Saco y lompa de la nueva y de onda, herraduras bien de cuero fino, saboreando estar en el lugar indicado, oliendo el perfume de mujer o esquivando la guadaña, poniendo el corazón en cada jugada.

Si se me permite decirlo en voz alta y con todo respeto, y en el caso de Horacio, tendrías que haber esperado querido Dios hasta la semana que viene. Puede ser que con tanto bodrio en el mundo, con tantas cosas que pasan a diario, hoy la muerte de los chicos en San Luis, al rato la muerte de los chicos en la ruta 7, el hambre, tanta gente mala, perversa, envidiosa, que se te debe haber pasado, es lógico, que el sábado que viene se corre el Gran Premio Nacional (G. I).Ya tenía los tachos lustrados para el gran evento…

El 8 de mayo de 2009 le hice una nota, justamente para esta sección, Gente de Turf:

“De joven sabía que fútbol y carreras eran las dos pasiones del porteño. Por la edad, preferí el fútbol, pero creciendo comenzó el fuego sagrado del turf. Después de muchos intentos para ingresar al hipódromo, digo esto porque no me dejaban por la edad, logré por fin, entrar, mejor dicho colarme en San Isidro. Justo el día que se corría el Pellegrini.

Fue en el año 1951 y ví ganar nada menos que a Yatasto. Desde ese día a la actualidad…presente! Después de unos cuantos años en la Popular y dejar paga alguna columna, a principio de la década del sesenta se hizo justicia y entré a trabajar al hipódromo de Palermo como empleado por reunión.

Mis inicios fueron en la pizarra de la pista y mi función era poner los boletos de la apuesta triple. La pizarra era muy alta, como de cuatro metros, por lo cual la escalera, también era alta y estaba montada sobre ruedas para poder correrla. Desde arriba con prismáticos relataba los desarrollos de las carreras a mis compañeros de trabajo.
Viene a cuento esta referencia porque un sábado no había llegado el relator oficial y el jefe de pizarras preguntó si alguien sabía y se animaba a relatar. Me apersoné y le comenté de mis dotes. "Suba urgente a la cabina de relatos", me dijo. Me dieron los prismáticos y el micrófono, la carrera era de 1800 metros. Se acomodaron los caballos, levantaron las cintas y dije…largaron!. Fue lo único que me salió. Fueron tan rápidos los primeros metros que me quedé mudo. Alcancé a golpear repetidas veces el micrófono, para que pareciera un desperfecto. Por suerte el relator llegó para la segunda.
Después de cuatro años de pizarrero me mandaron al Paddock. Para el que no vivió esos días, paso a describir el lugar. Eran pizarrones grandes en los cuales figuraba el número del caballo, el jockey y/o aprendiz. Eso lo ponía con distinto colores de tiza de acuerdo a su categoría. Y luego en la parte de abajo el resultado de la misma con dividendos, tiempo y distancia. Todos los datos los obtenía en el Comisariato.

Entrar y salir del mismo, significaba todo un tema, porque en ese recinto sólo entraban los profesionales. Yo me sentía todo un personaje. Luego quedé efectivo, como auxiliar del Comisariato. Las funciones eran muchas y empecé cubriendo los que se iban de vacaciones. En apariencia sacar a los jinetes del recinto y levarlos a la redonda, parecía una tontería. Pero no era nada fácil. Los de renombre tenían muchas cábalas. Ejemplo: Salir ante de…o después de…y eso me costó enojos con algunos y yo era nuevo. Hacer nombres sería poco serio porque algunos ya no están.

Tenía que hacer cumplir el reglamento y a veces tuve algún dolor de cabeza. Salíamos por el túnel a la redonda con el último jockey, pero un día llego a la misma y me faltaba uno. Vuelvo rápido por el túnel y no estaba por ningún lado, hasta que el asistente me dice que lo había visto entrar a un cuartito que estaba al lado del servicio medico. Este cuarto tenía una camilla que era para emergencias, y qué sorpresa estaba el cristiano dormido como un tronco.

Salió como un cohete, corrió la carrera, pero luego fue suspendido.
El tiempo oficial se tomaba de la siguiente manera: en la jefatura del comisariato había un cronómetro que visto de frente tenía arriba la cuerda y a los costados dos pulsadores. Uno de cada lado estaba de frente contra la pared colocado dentro de una caja de madera con una puerta de vidrio. Cuando se largaba la competencia un empleado en el palo demarcatorio de la distancia de la carrera accionaba un aparato eléctrico, esto hacia que un bracito caiga en el primer pulsador y empezaba a funcionar el cronómetro.
En la llegada había otra persona que tenía un aparato similar, el bracito caía sobre el segundo pulsador, y con eso paraba el funcionamiento del mismo. De esta forma quedaban reflejados los minutos y los segundos, por lo tanto ese era el tiempo oficial de la carrera.

Anécdota: un empleado que debía accionar el aparato se distrajo en el momento de la largada, un competidor había largado retrasado y apretó el botón muy tarde. En síntesis, fabricó un tiempo record. Estos sucesos involuntarios pasaban pero en el caso de un record que no era tal se publicaba el tiempo real.

Hice todas las funciones en el Comisariato: mesa de anotaciones, auxiliar de los jueces de raya, de los largadores, pesador, etc, etc. En todas tuve anécdotas, pero en la última mencionada, una muy simpática. Viene un jinete a hacer el peso previo, muy bien acomodado en su brazo el mandil, as estriberas a la vista por debajo del mismo, pero faltaba la cincha y la montura. Cuando le pregunté por lo que le faltaba, se enojó muchísimo.

Es que le había mencionado su olvido. (era un jockey que le costaba dar el peso). Pero como yo tenía poco tiempo en la balanza, si pasaba, pasaba. Después fuimos muy amigos.

Luego pasé a colaborar en Relaciones Públicas. El jefe era Ernesto Marchetti, más conocido por Mineral. Hombre con una historia riquísima en el turf del momento. Escuchar al maestro Leguisamo, cuando era miembro de la Comisión de Carreras, contar cientos de anécdotas. El prestar atención de lo que decían entrenadores prestigiosos, oir sabias palabras de Anibal y Adolfo Giovanetti, cuando habían sido jockeys (no pasaron de aprendices), para mi toda una sorpresa. Eso si que no me lo imaginaba. Bueno, dejo de hacer nombres, porque no me gustaría olvidarme de alguno”.

Adiós, amigos del alma.

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Hay 3 comentarios:
  • #1 - lucho

    osvaldo que posibilidad habra para conseguir videos y triunfos de caballo New dandy y tambien de juancito maciel con tu relato. gracias un abrazo

    17/12/2011 20:06 hs.

  • #2 - Alfredo

    Osvaldo, gracias por recordar a una extraordinaria persona, tuve un gran aprecio por el Sr Horacio Salerno, un verdadero ejemplo de hombre del turf, educado, cariñoso, con la sabiduria de su experiencia y la humildad de los grandes,lo vamos a extrañar. Abrazo Alfredo ( viejo )

    13/11/2011 12:20 hs.

  • #3 - ato

    Querido Osvaldo, muy buena tu nota sobre un gran amigo que se nos fue, Don Horacio Salerno, te aeguro que yo en los 6 años que trabaje en Palermo aprendi muchisimo de el. Un abrazo. ato

    05/11/2011 17:38 hs.

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