Campana de Largada - Turf Argentino

Se podría decir que el Gordo Barraza era un burrero de nacimiento. Es que se había criado en un barrio de studs, entre cuidadores, peones, vareadores, alfalfa y avena.

Justamente frente a su casa estaba la caballeriza de los Carletti, una familia que ya iba por la tercera generación de compositores del sangre pura.

Y vayan si eran bravos los Carletti. Difícil saber algo sobre sus pupilos. En la jerga del carrerista era gente que “la hacían bien”, reservados y eficientes y con picardía incluida.

Medio en serio y medio en broma se decía que al morir el abuelo, que fue velado en el stud, alguien preguntó:

- ¿Cómo va? ¿A nicho o a tierra?

- Hay que esperar el cierre, le contestaron.

La cuestión era que el Gordo tenía buena llegada con el Tano Riciuto y vivía tratando de sacarle alguna información. El Tano era el “arregla tutti” del stud, ocupándose de la instalación eléctrica, de la plomería y de la albañilería pero desconociendo totalmente cualquier tema relacionado con los caballos. Infinidad de veces trató de averiguar algo pero el Tano nunca sabía nada.

Pero ese sábado por la mañana, cuando salió de su casa vio que el Tano, que estaba hincado arreglando unas baldosas de la entrada, le hizo una seña invitándolo a cruzar. Cuando llegó a su lado, éste levantó la cabeza y le dijo:

- Hay que jugare tercera el cuatro. Y se metió de nuevo en su trabajo.

El Gordo balbuceó unas “gracias” y se dirigió presuroso a su casa para consultar la revista. Con sorpresa observó que tercera el cuatro no pertenecía al stud. Por un momento quedó desconcertado, pero enseguida se percató que la monta era Juan Torrijo. Esto es, el “jockey de la casa”. Y ahí se le aclaró el panorama. Torrijo iba todos los días al stud y evidentemente debió haber informado de este negocio y el Tano pescó la onda.

Y de verdad que era un negocio como que la yegua en cuestión ostentaba dos corridas que se correspondían con dos terribles sapos a varios cuerpos.

Por fin tenía algo firme de ese lado y con promesa de armarse.

El tema era ahora que lo que disponía para jugar era una suma exigua que no le permitía hacer la diferencia que ambicionaba.

Pensó entonces en un plan riesgoso para el caso que el dato fallara. Pero se decidió rápido a llevarlo a cabo pues se dijo que el dato era seguro. ¡Segurísimo!

Ya en el hipódromo, fue a ver a un amigo que levantaba para un banquero bastante poderoso. Le pidió que lo llevara y avalara delante de esa banca, certificando que sabía de muchos años quién era y dónde vivía. Ya frente al hombre mencionado, el Gordo recitó la siguiente novela:

- Vea, yo tengo una parada grande a una yegua; pero es a liquidar el martes. El asunto lo tengo de origen y es un negocio bien hecho. Ayer estuve con el mismísimo jockey. Para Ud. es plata más que segura porque tiene donde colocar los boletos seguramente y además se puede “subir”.

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La carrera era en 1400. Cuando largaron, el 4 pareció salir por debajo de las cintas y pronto tomó ventaja de unos 5 cuerpos. En pleno codo el Gordo tuvo una sensación de temor al tomar conciencia del lío donde se había metido si la yegua se paraba. Por un momento miró los ventanales abiertos del paddock y se le cruzó “gana o me tiro”.

Pero Torrijo remaba y cada vez sacaba más cuerpos.

Dio 30 y monedas, que eran por cada 2 apostados.

Saliendo del hipódromo pensó que había arriesgado todo, pero se le concretó lo de entrar pobre y salir rico para sus aspiraciones.

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Al ver al Tano corrió a abrazarlo.

-¡Vamos tercera el cuatro, papá! ¿lo aprovechaste?

-¿Qué? ¿Ganó?

- Claro que ganó. ¡Y cómo ganó! Decí la verdad: vos sabías porque te lo dijo el jockey.

- No, te dique per que lo soñé.