Campana de Largada - Turf Argentino

ERA EL SABADO DEL PELLEGRINI Y EL LIRICO ESTABA EN EL PALCO DE PERIODISTAS. COMO PUDO, LOGRO VERLO…

Estoy tan seguro de ello. No se quería ir si no veía el Pellegrini. Hacía un tiempo que no estaba bien y pese a que había pasado momentos difíciles en la Revista Palermo, el tipo estaba haciendo su sección todos los martes y los candidatos para la Palermo Rosa, religiosamente. Las carreras de caballos era lo único que le interesaba en la vida.

Lo único que le había quedado, “los burros” eran sus compañeros de ruta.

Todo comenzó cuando era pibe y manejaba un taxi. Uno de los tantos “visitantes” resultó ser un hombre de radio. Y por supuesto que escuchó todo lo que decía El Lírico, manejando por una ciudad que conocía como nadie.

Y allá fue, dando candidatos arrancó en la radiotelefonía. Y después entró a la revista la Fija Verde. Su dueño era “Cacho” Otero un hombre bravo del pasado. Y la verdad que la Verde no le hacía ni una sombra a la Palermo Rosa. Sus periodistas no eran conocidos, es que ni siquiera pasaban por los hipódromos. Por eso Roberto Dorrego pasó a ser un puntal en la Fija. No se perdía una sola reunión, sabía de sangres, más que los cabañeros, sabía de los caballos, más que los cuidadores y los jockeys, los veía correr, en Palermo, en San Isidro y en La Plata. Un ser querido en todos lados, de una bondad única, era verdaderamente una gran persona. Y un amigo de acero.

Llegó un momento que las autoridades de la Revista Palermo, especialmente su dueño Ricardo Conforti, hombre hábil, que sabía y mucho de cómo caminaba su empresa, hizo una reunión y dijo “tenemos que traerlo sea como sea”. Es que El Lírico, solo, le mojaba la oreja a un grupo tremendo de cronometristas, de un prestigio único dentro de la hípica nacional.

Si todavía me recuerdo de esa mesa larga de madera en las oficinas de la calle San José, cuando para dar los candidatos nos reuníamos Turilo, Becho, Barricalla grande, Macías, Vijandi, Vitale, Vainstoin, algunas veces el gran Mario Papadakis, quien les cuenta y algunos más que a esa hora se quedaban, no para aportar datos, sino para tirarse debajo de la mesa de la risa, porque eran, les puedo asegurar, reuniones para pasarlas por televisión y hacer el mejor programa de todos los tiempos. Tiempos que como siempre digo fueron imborrables, plenos de recuerdos, enormes momentos. Que la memoria a cada rato los trae a mi mente y los tira arriba de la mesa, cuando uno tiene que poner en la balanza la amistad de esos años y con esa gente. ¡Daba gusto trabajar!

Las anécdotas son infinitas y la mayoría graciosas. Sus autos sin piso, sin frenos, pero con la biblioteca en el baúl. Cualquier duda viajaba hacia su auto y abriéndolo, saltaba la colección de la Fija, no digo completa pero en ese lugar había de todo.

En la Fija daba candidatos en un concurso y para esos tiempos, cuando joven, los ganaba todos. El segundo entraba a cien metros. Recuerdo un día en la vuelta desde San Isidro (yo compraba la Rosa) siempre espiaba lo que daba el hombre. Sabía que veía como ninguno los desarrollos y cada dos por tres zampaba uno caro en las pizarras. Y ese día levanté una revista del piso y me fijé. Daba en la última un caballo que se llamaba Canuto Cañete con el jockey Perfetto. Le jugué unos pesitos y nos fuimos en el tren con mi hermano Quique. Después caminábamos y en poco tiempo, estamos entrenados, llegábamos a casa, en la calle Demaría, en Palermo. Lo primero que hacíamos era prender la radio, porque en Radio Rivadavia daba los resultados con sus Habanitos Dr. Pink, Julio Albano (otro personaje que está en mi historia y que pronto va estar en el aire, la parte tres). Y en ese pasillo largo, con mi viejo en el patio, tomando fresco con el olor a uva chinche de la parra, salió Albano y dijo (y te juro que me da carne de gallina, a muchos le debe pasar esto que les cuento) “cruzaron el disco en la última de San Isidro y ganó el nueve…¡Canuto Cañete!

Lo grité como si fuese la última vez que podía ir a las carreras. Pagó $ 89.- y para mi era como tocar el cielo con las manos. Después pasó el tiempo y nos hicimos amigos y compañeros, porque yo comencé a dar candidatos en esa publicación, hasta que Orlando Orlandi me invitó a trabajar en la Revista Palermo. Y en ese entonces pasó a ser rival, hasta que Conforti lo logró. Un buen día apareció y ya estaba con nosotros El Lírico. Y trabajó mucho tiempo en el Diario Popular, y viajó al interior y atendía todos los llamados, un montón que se hacían a la redacción, preguntando por caballos, campañas, y Roberto Dorrego les contestaba a todos. Era una computadora que todavía no existía. Su disco rígido, que tampoco existía, estaba entero. Plagado de finales, de anécdotas, de carreras de caballos. De sangres y de todo.

Lamentablemente el cigarrillo lo fue minando de a poco. Prácticamente ya no podía respirar. Igual seguía fumando.

El sábado 11 de diciembre lo crucé en el palco de periodistas por última vez vivo. Agachado en su silla, en la silla de tantos años, de tantos desarrollos y de tantos finales. Casi no podía más, pero lo único que quería era ver el Pellegrini. Un soldado abatido, cansado, sin ánimo para nada. Ya no le quedaban balas, pero estaba firme en su lugar de trabajo.

El domingo, el lunes, el martes y el miércoles muy mal. El jueves lo internaron otra vez, pero ya en terapia intensiva. El viernes por la mañana, murió.

Lo vamos a extrañar de punta a punta. Y me imagino que miles y miles de personas de todo el país estarán recordándolo en este mismo momento. Es que cuando en la vida se hacen tantos amigos y una persona se brinda como lo hacía El Lírico, sólo se consigue cuando se va de gira, que uno trague saliva como se pueda y que de sus ojos salten lágrimas verdaderas.

Se fue de nuestro lado, pero que se preparen arriba. No todos conocieron a muchachos de la Revista que se fueron. Pero me los imagino a todos. El Lírico, Mario Papadakis, Turilo, Becho, el Gordo Messina, Vijandi, Macías, Vitale, Barricalla, Tornadú y tantos otros. Capaz que sentados a lo largo de una mesa de madera al lado de San José, recordando viejos, hermosos tiempos.

Que descanses en paz.